Alberto Priego Moreno
Investigador invitado, Department of Languages and Culture of Near and Middle East, School of Oriental and African Studies (SOAS), University of London. [+ DEL AUTOR]

Estados Unidos y Pakistán

Dice la mitología griega que Hades, Dios de los infiernos, estaba profundamente enamorado de Core o Perséfone, hija de Deméter y sobrina de Zeus. Hades pidió la mano de Perséfone aunque Zeus sabía que su hermano no aceptaría que su hija estuviera condenada a vivir en el mundo subterráneo. Por ese motivo, Hades raptó a Perséfone cuando ésta recogía flores en el campo. Al arrancar un manojo la tierra se abrió en forma de explosión volcánica (Etna) y Hades cogió a Perséfone para recluirla en su mundo subterráneo, donde se abstuvo de comer nada para poder volver al mundo de los vivos. Deméter pidió a Zeus que la devolviera y como ésta no había probado bocado pudo regresar. Sin embargo, cuando se encaminaba a la superficie Ascálafo descubrió a la doncella comiendo unas semillas por lo que fue condenada a vivir seis meses en el mundo de los vivos y seis en el de los muertos. La aproximación de Estados Unidos a Pakistán parece reproducir el mito de Hades y Perséfone y por ello Pakistán parece condenado a vivir periodos en el mundo de los vivos y periodos en mundo de los muertos.

¿QUÉ ES PAKISTÁN?

Pakistán a ojos de los Occidentales puede parecer una creación artificial, complicada e incluso incomprensible. Se trata de un Estado del subcontinente Indio, musulmán y que basa su identidad precisamente en el hecho religioso ya que comparte con la India otros muchos elementos, como la gastronomía, la historia o la lengua –el urdu que guarda muchas semejanzas con el hindi–. La palabra urdu procede de zaban-e-urdu-e-mualla que significa la lengua de la corte y de los campamentos aunque finalmente quedó reducida solamente al ámbito castrense. Procede de la conquista mongola de la India y, concretamente de la ciudad de Delhi donde la lengua local, índica, recibió una gran influencia del persa (lengua de los conquistadores), del turco y del árabe. Así, esta lengua que tuvo su origen en la actual India, comenzó a extenderse por el norte de la India para convertirse en el siglo XX en la lengua oficial de la zona musulmana de lo que fue la India Británica.

El propio nombre elegido para designar el país tiene más de una interpretación. Mientras que unos dicen que procede de una composición de letras que tratan de designar a todos los territorios otros aluden al prefijo «Pak» que en urdu significa «puros» y al sufijo «-stan» que en persa es «tierra de». Así, siguiendo esta segunda interpretación Pakistán sería el país de los puros. En muchos casos, el país ha sido calificado de artificial y carente de tradición ya que la teoría de las dos nacionalidades de Muhammad Jinnah aludía al elemento religioso como principal razón de ser del país, aunque su idea no era la de un Estado Islámico, sino secular. De hecho, hasta 1928 Jinnah luchó junto a Nehru y Ghandi por la emancipación del sub-continente de la Corona Británica.

Sea como sea, lo que está claro es que la existencia de Pakistán provoca desconcierto, algo que ha sido aprovechado por los Estados Unidos para ahondar más en esta sensación de caos, estableciendo una relación bilateral que podría ser calificada de ambivalente, interesada e incluso injusta. Estados Unidos ha usado a Pakistán como una segunda opción cuando el gigante de la región prestaba más atención a Moscú que a Washington. Después de 60 años de independencia y casi 50 de «alianza» la sensación que queda en Islamabad es que son el pariente pobre de una relación de interés.

LA RELACIÓN ENTRE ESTADOS UNIDOS Y PAKISTÁN

El presidente norteamericano George W. Bush (dcha) camina junto al presidente paquistaní Pervez Musharraf antes de la conferencia de prensa conjunta en la Aiwan-e-Sadr

El presidente norteamericano George W. Bush (dcha) camina junto al presidente paquistaní Pervez Musharraf antes de la conferencia de prensa conjunta en la Aiwan-e-Sadr, o «Casa del Presidente’. Islamabad, 3 de marzo de 2006. /Shawn Thew

La existencia de Pakistán provoca desconcierto, algo que ha sido aprovechado por EEUU para ahondar más en esta sensación de caos, estableciendo una relación bilateral ambivalente, interesada e incluso injusta

Desde la independencia de Pakistán, en agosto de 1947, la atención que Estados Unidos ha ido prestando al país surasiático ha sido creciente. En un primer momento, Washington ignoró al subcontinente, algo lógico ya que en ese momento Estados Unidos estaba absolutamente centrado en la contención del comunismo en Europa. De hecho, algunos autores aluden a este hecho como decisivo para la partición. Además, entonces contaba con otro aliado en la zona, el Irán del Shah, que hasta la Revolución Islámica de 1979, era su principal apoyo en Oriente Medio. Así, las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán pueden ser divididas en siete fases que comprenderían desde la independencia del país surasiático hasta hoy.

1. La Formación de la Alianza (1947-1959)

Las percepciones en relaciones internacionales son casi tan importantes como los hechos y una percepción acertada o equivocada puede llevar a un Estado a determinar su política exterior. En el caso de Pakistán este hecho es así y desde su creación, la sensación que existe en el país es que la India quiere y puede absorberlo. A esta percepción se le une la tragedia que supuso «La Partición» en la que millones de personas perdieron la vida. Precisamente por este motivo, desde su creación, los líderes de Pakistán han buscado alianzas con potencias extranjeras para incrementar su sensación de seguridad. Lo hicieron en un primer momento con los Estados Unidos, después con China y últimamente con países musulmanes.

Tras los primeros años de independencia y después de haber sufrido y perdido la primera guerra con la India, Pakistán buscó casi desesperadamente un protector frente a Nueva Dehli. Parecía lógico que éste fuera Estados Unidos habida cuenta de que la URSS mantenía excelentes relaciones con la India. Por eso, a lo largo de los años 50 se llevaron a cabo encuentros entre Pakistán y los Estados Unidos que culminaron con una alianza entre ambos Estados que cristalizó en tres acuerdos de claro carácter anticomunista.

El primero de ellos fue la incorporación de Pakistán a la SEATO (South East Asia Treaty Organization) en 1954, en la que permaneció hasta su disolución en 1977. Se trataba de una OTAN «a la asiática» aunque nunca tuvo ni la efectividad ni la credibilidad internacional de la Alianza Atlántica. No obstante, Pakistán puso muchas esperanzas en la organización ya que pretendía aliviar la amenaza que planteaba la India. El segundo de los acuerdos es el conocido como Pacto de Bagdad (1955) que posteriormente se convertiría en el CENTO (Central Treaty Organization). En este tratado, Pakistán trató de introducir, sin ningún éxito, una cláusula de defensa colectiva al estilo del famoso art. 5 de la OTAN. Así, si un Estado de los que componían el CENTO hubiera sido atacado, esta agresión hubiera sido considerada como una agresión contra todos los signatarios del tratado y por tanto habría habido una respuesta conjunta. El tercer acuerdo en el que estuvieron implicados Estados Unidos y Pakistán fue el acuerdo bilateral de 1959. A pesar de ser un tratado entre dos aliados, incluso la propia firma estuvo presidida por un clima de desconfianza mutua. En primer lugar como consecuencia de los recelos suscitados en los EEUU por el rechazo del Primer Ministro paquistaní Liquat Ali Jan a enviar un contingente paquistaní a Corea para combatir el comunismo. A este hecho, hay que sumarle unas desafortunadas declaraciones del Primer Ministro paquistaní Feneze Jan Noon en las que decía que si tuviera que elegir entre ser dominado por el hinduismo o por el comunismo elegiría sin dudar al segundo.

Por su parte, la falta de confianza de Pakistán se veía alimentada por las relaciones de los Estados Unidos con la India. De hecho, a los pocos días de haber firmado el tratado, Nehru, en una alocución en el Parlamento, admitió tener garantías de Washington de que ese tratado no iba contra la India, algo que luego se vio corroborado en varias ocasiones. Así pues, con la firma el 5 de marzo de 1959 del tratado de Amistad y Cooperación entre Pakistán y los Estados Unidos acabó la primera fase en las relaciones entre estos dos países. La relación comenzaba mermada y las sombras pesaban más que las luces.

2. El desvanecimiento de la Alianza (1959-1971)

La década de los 60 fue incluso peor que la de los 50 para la frágil salud de la alianza entre EEUU y Pakistán. En 1961, se produjeron enfrentamientos en la frontera con Afganistán entre pastunes procedentes del país vecino y el ejército paquistaní. A pesar de tener firmado un tratado, la ayuda de los EEUU se limitó al suministro de algunas armas. Además, este suministro de armas también se produjo hacia la India quien, en 1962, a pesar de ser un no-alineado y estar cercano a Moscú, recibía suministro armamentístico desde EEUU. Pero aun hay más, además de recibir diez veces más ayuda que Pakistán, la India era considerada por la Administración Kennedy como el modelo de desarrollo a seguir.

El punto culminante a este trato desfavorable llegó en 1965 con la Guerra Indo-Paquistaní. Tanto EEUU como la URSS se limitaron a mantenerse al margen para no provocar la irrupción de China en el conflicto. Sin embargo, Pakistán reclamó la intervención americana basándose en el tratado de 1959 y los EEUU respondieron, de forma velada, que el acuerdo era para responder a una agresión de corte comunista. Parecía que las palabras del Presidente Nehru en el parlamento hindú eran ciertas y que Pakistán no contaba con el apoyo de Estados Unidos. De nada sirvieron las súplicas del Presidente paquistaní Ayub Jan al Presidente Johnson para que apoyara a Pakistán en la lucha contra su vecino hindú. La principal consecuencia fue la suspensión de la ayuda militar norteamericana a los dos países o lo que era lo mismo, la generación de diferenciación mayor entre las capacidades de Pakistán y de la India ya que ésta contaba con otros suministradores. Como consecuencia del movimiento norteamericano, Pakistán decidió no renovar el acuerdo de utilización de la base de comunicaciones de Badebar.

Aunque durante la década de los 60 las relaciones empeoraron enormemente, todo cambió en la década de los 70. El punto de inflexión vino en 1971 cuando estalló la Segunda Guerra Indo-Paquistaní o Guerra por la Liberación de Bangladesh (Pakistán Oriental). En los tan sólo 9 meses que van del Día de la Independencia (26 de marzo de 1971) al Día de la Victoria (16 de diciembre de 1971), el ejército paquistaní fue derrotado por las fuerzas bengalíes que contaron con el apoyo directo de la India. Aunque la posición de los Estados Unidos, como consecuencia de la doctrina Nixon, fue algo más «beligerante con la India», esto no evitó que Pakistán perdiera su territorio bengalí que, a partir de entonces, se convertiría en Bangladesh, un país en la órbita de la URSS. ¿Cuáles fueron las principales diferencias entre la Primera y la Segunda Guerra Indo-Paquistaní? En primer lugar cabe destacar la postura de la URSS que evitó que la ONU interviniera hasta que la India pudo controlar el país entero. Aquí, los Estados Unidos, apoyados por China, pidieron la retirada de los contendientes hasta las posiciones de preguerra. China entraba en la esfera internacional y hacía que Estados Unidos restableciera su alianza con Pakistán.

3. El factor Chino (1971-1976)

La llegada de Richard Nixon supuso un cambio cualitativo en las relaciones entre los Estados Unidos y Asia. El acercamiento de los Estados Unidos a la República Popular China y por ende a Pakistán, debe ser entendido como una reacción a la alianza cada vez más estrecha que se estaba estableciendo entre la India y la URSS. El discurso de Richard Nixon del 25 de febrero de 1971 en el Congreso de los EEUU mostraba que Washington no iba a permitir que la URSS siguiera expandiéndose por el mundo. Este temor, en el caso del Océano Índico, se convertía en alerta después de los acontecimientos de Bangladesh y del Tratado de Amistad y Cooperación entre la India y la URSS. Así, Nixon centró la re-configuración de la posición de EEUU en Asia en dos países, China y Pakistán, que a su vez, se enfrentaban al eje Nueva Delhi-Moscú.

Tras dos guerras con India y, sobre todo, por la actitud ambivalente de Washington, Pakistán comenzó a plantearse la posibilidad de adquirir armas nucleares para defenderse de Nueva Delhi

Sin embargo, la semilla de la duda estaba ya sembrada en Pakistán tras las dos guerras con la India y, sobretodo, por la actitud ambivalente de Washington. Por eso, Pakistán comenzó a plantearse la posibilidad de adquirir armas nucleares para defenderse de Nueva Delhi. El proyecto siempre estuvo ligado a la figura de Zulfikar Ali Bhutto quien, tanto en su faceta de presidente como en los diferentes ministerios que ocupó anteriormente, siempre confió en el poder de disuasión de las armas nucleares. Bhutto convirtió el programa nuclear en un asunto personal. Un asunto que no obstante sufriría numerosos contratiempos ya que, tras la escisión de Pakistán Oriental, Islamabad perdió tres de sus centros nucleares más importantes (Dacca, Chittagong y Rajshashi), lo que le obligó a reconfigurar el programa civil y a pensar en la creación de un programa militar. El socio principal de Pakistán en los años 70 fue Canadá hasta que el programa civil comenzó a tomar una dimensión militar que inquietaba a los EEUU. Entonces Washington, preocupado por la posibilidad de que el club nuclear pudiera acoger a un socio más, comenzó a presionar a Canadá para que cancelara la cooperación militar. Sin embargo, a pesar de las amenazas y las sanciones norteamericanas, Pakistán se había buscado nuevos socios que le transfirieran tecnología (Francia y China) además de otros que le subvencionaran el programa (Libia y Arabia Saudí).

4. Las Ambiciones nucleares de Pakistán (1976-1979)

En 1976, después de más de cuatro años de tensión entre Washington e Islamabad, se puso fin a dos décadas largas de cooperación nuclear entre Canadá y EEUU por un lado y Pakistán por otro. Dicha cooperación había comenzado con la construcción del reactor KANUPP (Karachi Nuclear Power Project) y se terminó por las ambiciones paquistaníes de construir una planta de reprocesamiento de uranio.

Por un lado, Washington exigió el fin de las actividades nucleares paquistaníes bajo la amenaza de cortar toda ayuda militar y civil. Al propio tiempo, EEUU forzó a Canadá a evacuar apresuradamente a los técnicos que tenía en el país asiático. Por otro lado, Zulfikar Ali Bhutto convirtió el problema nuclear paquistaní en una cuestión internacional afirmando que la única civilización que no poseía dicha tecnología era la islámica. La convicción de Bhutto era tal que llegó incluso a amenazar a EEUU con abandonar el CENTO, una insolencia que le acabó costando su salida del gobierno y, posteriormente, su vida. Su sucesor, Zia-ul-Haq, un hombre menos refinado y mucho más conservador, consumó la amenaza en 1979 y además siguió adelante con el programa nuclear.

Una vez rota la relación «nuclear» con EEUU, Pakistán buscó nuevos apoyos. En un primer momento Francia se prestó a proporcionar la planta de reprocesamiento que había provocado el problema con los Estados Unidos. Sin embargo, en 1979, tras recibir fuertes presiones desde Washington, París cedió el paso a una China que volvía a convertirse en el mejor apoyo de Pakistán. Aunque la relación nuclear entre China y Pakistán no se hizo pública hasta 1979, con la visita de Munir Ahmad Jan, Presidente del PAEC (Pakistan Atomic Economic Council), el acuerdo se había plasmado en 1976 con la firma del Pacto Secreto entre Bhutto y Jiang Zemin. Poco a poco, la cooperación chino-paquistaní se fue incrementando y las visitas de científicos chinos a lugares como Karachi (KANUPP), Gwadur, Chashma Barrage (Chashma Nuclear Power Plan) se hicieron cada vez más frecuentes. En 1979 las relaciones entre los Estados Unidos y Pakistán no se encontraban en el mejor momento. Sin embargo, un hecho desgraciado como la invasión soviética de Afganistán cambió, una vez más, las relaciones entre Islamabad y Washington.

5. La invasión de Afganistán

Tanque en la fortaleza de Lahore el día anterior a la celebración del Día de la Defensa

Tanque en la fortaleza de Lahore el día anterior a la celebración del Día de la Defensa que conmemora la batalla de trece días en los alrededores de Jammu, Kachemira y Lahore durante la segunda guerra con India en 1965. Lahore, 5 de septiembre de 2003. /Ali Dar

La invasión de Afganistán por parte de la URSS supuso una mejora sustancial de las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán

La invasión de Afganistán por parte de la URSS supuso una mejora sustancial de las relaciones entre los dos países. De la noche a la mañana, los problemas que planteaban las ambiciones nucleares de Pakistán pasaron a un segundo plano. Las violaciones de los derechos humanos tampoco eran tan importantes. Ahora sólo importaba una cosa, evitar que la URSS siguiera extendiéndose por Asia del Sur. Por si eso fuera poco, el principal aliado de los Estados Unidos en la zona, Irán, había decidido cambiarse «de bando» por lo que Washington se vio obligado a buscar nuevos aliados.

Sin embargo, aunque el cambio se comenzó a producir en diciembre de 1979, es ya en pos de la Administración Reagan cuando la ayuda norteamericana a Pakistán se multiplica exponencialmente, ya que los 400 millones de dólares de la Administración Carter fueron calificados de simples migajas por Zia-ul-Haq, algo muy distinto de los 3.200 millones de dólares ofrecidos por Reagan en su primer año de gobierno. La clave estuvo en el levantamiento de las sanciones de la Section 669 of the Foreign Assintance Act que, hasta la fecha, había limitado la ayuda a Pakistán.

No obstante, esta reactivación de la cooperación no estuvo carente de las habituales tensiones que caracterizan las relaciones entre EEUU y Pakistán. Temas como las relaciones con la India, la cuestión nuclear, la lucha contra los narcóticos y los derechos humanos fueron los principales caballos de batalla entre Islamabad y Washington. Los lobbies hindú y judío en Washington presionaron infructuosamente para que no se produjera tal asistencia incondicionada a un régimen como el de Zia-ul-Haq que promovía castigos como latigazos para los casos de adulterios o que prohibía el vuelo de cometas. Todas estas atrocidades se produjeron con la complicidad de la Administración Reagan que sólo tenía ojos para la amenaza comunista.

El principal temor de los Estados Unidos era que la URSS, bien incitara a una insurrección en Baluchistán con el fin de lograr un puerto en el Índico, bien intentara proseguir su conquista hasta dicho océano. Por eso, Washington aprovechó la tragedia humana que supuso el desplazamiento de cuatro millones de refugiados afganos a Pakistán para incitar a esta masa humana hacia una yihad contra la ocupación soviética. Las cifras de la ocupación soviética de Afganistán dan pánico. Se calcula que en el momento de la invasión, en diciembre de 1979, un total de 386.916 afganos se refugiaron en Pakistán. Esta cifra se elevó a cuatro millones en 1986, el equivalente a un 25% de la población que fue forzada a abandonar sus hogares. La inmensa masa de refugiados suponía un coste de un millón de dólares diarios que eran sufragados principalmente por potencias extranjeras, es decir, Estados Unidos y Arabia Saudí.

Las consecuencias internas para Pakistán fueron devastadoras porque las oleadas de refugiados desestabilizaron a un país que ya era muy débil, aunque este hecho fue asumido y aceptado por Zia-ul-Haq. Por un lado, los refugiados se asentaron en las zonas fronterizas de los dos países, es decir, en Baluchistán y en la Provincia de la Frontera Noroeste (NWFP) donde los equilibrios étnicos ya eran muy delicados. La Unión Soviética y los afganos que colaboraban con el régimen se dedicaron a buscar el enfrentamiento entre los refugiados y la población local, tanto pastunes como baluches. Por otro lado, ciudades como Quetta o Peshawar se convirtieron en lugares de tránsito de armas para la resistencia en Afganistán, lo que produjo un incremento de los índices de inseguridad. Además, el consumo de droga (opiáceos) entre la población paquistaní se incrementó hasta límites desconocidos, tanto por los hábitos que traían los propios afganos, como por la heroína que se utilizaba para financiar a los muyahidines.

En el plano religioso, Estados Unidos dejó a Pakistán y a Arabia Saudí el adiestramiento frente a los soviéticos. Las ideas deobandíes y wahabíes se extendieron como la pólvora entre los muyahidines gracias a la inestimable ayuda del dinero saudí

En el plano religioso, Estados Unidos dejó a Pakistán y a Arabia Saudí el adiestramiento frente a los soviéticos. Las ideas deobandíes y wahabíes se extendieron como la pólvora entre los muyahidines gracias a la inestimable ayuda del dinero saudí. El Presidente de Pakistán Zia-ul-Haq, un deobandí convencido, aprovechó la ocasión para islamizar su país instaurando, entre otras cosas, tribunales que aplicaban la sharia. Cabe recordar que la tristemente famosa Mezquita Roja, donde el pasado verano un grupo de radicales se atrincheraron tras secuestrar a seis ciudadanas chinas, fue uno de los principales centros de adiestramiento de muyahidines durante los años 80.

Cuando los soviéticos se retiraron, el resultado no pudo ser peor, Afganistán quedó en manos de un grupo de fanáticos que estaban apoyados materialmente por Pakistán, principalmente por sus servicios secretos, y religiosamente por Arabia Saudí. Había llegado la era de los talibanes.

6. El Afganistán Post-soviético y la emergencia de los talibanes (1989-2001)

Los años que siguieron a la salida de los soviéticos de Afganistán fueron bastante complicados para Pakistán. Washington había logrado expulsar a la Unión Soviética de Afganistán e, incluso, derrotarla a nivel global y, por ello, el país del Sur de Asia comenzó a perder interés. Así, una vez desaparecida la amenaza soviética la ayuda norteamericana se redujo sustancialmente y Pakistán, que bajo el gabinete de Sharif siguió las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, se hundió en una terrible crisis económica. Por si esto fuera poco, la Guerra del Golfo alteró el orden interno de Pakistán, ya que el envío de 11.000 soldados a Arabia Saudí fue entendido por la población como una cesión a los intereses de los EEUU. Los movimientos de simpatía hacia Saddam Husein se multiplicaron por todo el país y no era raro encontrar actos en los que se quemaban banderas de Estados Unidos. Por si esto fuera poco, en 1993 Pakistán fue incluido en la lista de Estados potencialmente terroristas. Este asunto, que fue muy controvertido, se zanjó con el cese del jefe de la inteligencia militar, Imitas, acusado de colaborar con estos grupos. A esto, se le sumaron las sanciones impuestas, tanto a Pakistán como a China, por la transferencia de misiles M-11.

La llegada al poder de Benazir Bhutto supuso una mejora sustancial de las relaciones con Estados Unidos, a pesar del comunicado de Sharif de 1994 en el que anunciaba que Pakistán poseía el arma nuclear. La líder del PPP (People’s Party of Pakistan), con su imagen y formas occidentales, logró que la maltrecha relación entre Pakistán y Estados Unidos alcanzara uno de sus puntos de mayor cordialidad. En 1995, Bhutto realizó una visita a EEUU en la que se comprometió a participar en operaciones de paz en Somalia, Haití y Bosnia, a extraditar a terroristas y a luchar contra el tráfico de drogas. A cambio consiguió el levantamiento de las sanciones (Pressler Amendment) y un compromiso de inversión de 4.000 millones de dólares por parte del Secretario de energía Hazel O’Leary. En 1997, se celebraron unas elecciones en Pakistán que fueron cuestionadas desde el primer momento por Bhutto. Sharif se hizo con la victoria a pesar de que la participación no alcanzó el 35%. Su falta de legitimidad y sus problemas con la justicia lo obligaron a apoyarse en el ejército para mantenerse en el poder. Sharif cometió algunos errores, como la guerra del Kargil en julio de 1999, la prueba nuclear de 1998 y, sobre todo, el nombramiento de Musharraf como jefe del ejército, que lo llevaron no sólo a la oposición sino al exilio.

7. La Guerra al terrorismo (desde 2001)

Algunos candidatos demócratas a la Casa Blanca han enunciado la posibilidad de realizar un ataque preventivo sobre las zonas tribales de Pakistán al ser consideradas un santuario de los talibanes

Cuando el fatídico 11 de septiembre de 2001 hizo que los cimientos que sostienen el mundo se tambalearan, los ojos de todo el planeta se posaron en dos países: Afganistán y Pakistán. Desde hacía algún tiempo, la opinión pública había acusado a los talibanes de llevar a Afganistán a la Edad Media con acciones como la voladura de los Budas o la creación de ese Ministerio de Prevención del Vicio y Exaltación de la Virtud de inspiración saudí. Detrás de esta acusación, todo el mundo veía la mano de Pakistán y sus servicios secretos, el ISID (Inter-Services Intelligence Directorate) que, junto a la CIA, habían creado un monstruo al que se había dejado llegar a la categoría de Leviatán o Godzilla en su versión asiática.

El líder pacifista y anterior Ministro de Estado, Julius Salik

El líder pacifista y anterior Ministro de Estado, Julius Salik, durante una marcha de apoyo al candidato demócrata en las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos, John Kerry. Islamabad, 25 de octubre de 2004. /Olivier Matthys

El régimen talibán, que mantenía relaciones diplomáticas únicamente con tres Estados en el mundo (Arabia Saudí, Pakistán y Emiratos Árabes Unidos) ofreció, entre otras cosas, entregar a Bin Laden a Pakistán para que fuera juzgado por un tribunal islámico. El 7 de octubre de 2001 Estados Unidos comenzó una operación militar de castigo (Enduring Freedom) que tenía por principal objetivo derrotar al régimen fundamentalista instalado en Afganistán durante los años 90. Para ello, al igual que ocurrió en los 80, necesitaba la colaboración de Pakistán, aunque ahora iba a ser más difícil. El General Musharraf pidió, sin mucho éxito, que los EEUU no acabaran con el régimen del Mullah Omar. Como esta súplica no pudo ser llevada a cabo, Pakistán comenzó a permitir la entrada de talibanes procedentes de Afganistán en la Provincia de la Frontera Noroeste. Allí muchos encontraron refugio, bajo la tradicional hospitalidad Parhi y pudieron reorganizar su resistencia para volver a combatir contra las fuerzas de la coalición.

Todo ello aun cuando oficialmente la cooperación entre Pakistán y los Estados Unidos es muy efectiva y el propio George W. Bush agradeció al Presidente Pervez Musharraf, durante la cumbre que ambos mantuvieron en Camp Davies en junio de 2003, su contribución a la lucha contra el terrorismo. Como premio, EEUU incrementó en 3.000 millones de dólares la ayuda, además de la firma de un Tratado de Libre Comercio. Pero eso no puede ocultar que desde el mismo momento en que se produjo la intervención de la coalición, la acción de los servicios secretos paquistaníes (ISID), del propio ejército e incluso de la cúpula política haya estado siempre en entredicho. Incluso algunos de los candidatos demócratas a la Casa Blanca, como Barack Obama y John Edwards, han enunciado la posibilidad de realizar un ataque preventivo sobre las zonas tribales –Federally Administered Tribal Areas– (FATA) de Pakistán al ser consideradas como un santuario de los talibanes. En muchos casos, aunque los líderes políticos de Pakistán den órdenes de actuar contra los combatientes talibanes, los efectivos sobre el terreno, tanto del ISID como del ejército, no las obedecen atendiendo a motivos étnicos o clientelares. No podemos olvidarnos de que fue el ISID junto con la CIA los que crearon a los talibanes, por lo que hoy resulta harto complicado que se les pida que luchen contra ellos después de más de treinta años de relación cercana.

El principal error de los Estados Unidos fue subestimar la fuerza de los talibanes y centrarse exclusivamente en acabar con al-Qaida

Además, las exigencias norteamericanas de luchar contra el terrorismo no fueron las mismas en relación con todos los grupos terroristas que operan en Pakistán, algunos de los cuales son apoyados por el régimen. Así, mientras que Pakistán se empleó con un celo que estaba fuera de toda legalidad contra grupos internos (Lashkar-e-Jhangvi o Sipha-e-Sahaba), no ocurrió lo mismo con otros que operan en Kachemira como Jaish-e-Muhammad o Harkat-ul-Mujahideen. En el caso de los grupos pastunes vinculados a los talibanes y/o a la red al-Qaida hay que decir que mantienen una estructura perfectamente organizada dentro de Pakistán, lo que hace pensar que Musharraf no ha hecho todo lo posible para acabar con ellos. Los talibanes tendrían una organización de cuatro rahbari shuras o consejos, desde donde se estaría dirigiendo la insurgencia contra las fuerzas de la coalición internacional. La principal estaría situada en la capital de Baluschitán, Quetta, donde además se sospecha que se esconde el Mullah Omar. Las otras tres estarían situadas en las ciudades de Miran Shah, Peshawar y Karachi. La shura, que se encuentra situada en la capital de Sindh, estaría volcada en cuestiones logísticas mientras que las otras tres tendrían el cometido de dirigir los atentados contra las fuerzas de la coalición en Afganistán.

Y es que el principal error de los Estados Unidos fue subestimar la fuerza de los talibanes y centrarse exclusivamente en acabar con al-Qaida. Aunque es evidente que son movimientos diferentes no sólo están conectados sino que buena parte de los pastunes que estaban en el movimiento talibán pertenecían a la etnia Ghilzai, es decir, la que puebla las zonas tribales de Pakistán en la que ahora se ocultan los combatientes. La queja de los Estados Unidos se centra en la falta de celo paquistaní en las operaciones antiterroristas en esta región, donde además, Musharraf ha permitido que rijan las leyes tribales a cambio del apoyo de los partidos islamistas. Lo que se teme es que la situación que viven los Ghilzai en Pakistán, unida a la marginación a la que están siendo sometidos en Afganistán por Karzai, que pertenece a los Popalzai y al cada vez más importante papel de la India en la reconstrucción post-talibán, pueda revivir el sentimiento independentista pastún (Pastunistán). Por ese motivo, entre otros, el ejército paquistaní y sus servicios secretos están permitiendo que los talibanes hayan convertido las zonas tribales y partes de Baluchistán en un santuario donde refugiarse y reorganizarse.

El desastre que está suponiendo la estabilización de Afganistán, principalmente desde 2006, se está trasmitiendo a su vecino Pakistán y no sólo a las zonas tribales pastunes. Cada vez más se copia el modelo talibán-afgano y ya se habla de los talibanes-paquistaníes que pretenden desestabilizar el propio Pakistán. Un claro ejemplo fue el secuestro en agosto de 2007 de 300 soldados paquistaníes. A cambio pedían la liberación de doce presos islamistas, entre ellos el Mullah Obaidullah Akhnund, número tres del régimen talibán y Ministro de Defensa del Mullah Omar, que fue capturado por las fuerzas paquistaníes en Quetta.

Washington pensaba que las relaciones podían volver al idilio que vivieron cuando Benazir Bhutto se convirtió en Primera Ministra

Las esperanzas de todos, incluido Estados Unidos, estaban depositadas en Benazir Bhutto. Wa­shington pensaba que las relaciones podían volver al idilio que vivieron cuando Bhutto se convirtió en Primera Ministra. Sin embargo, el atentado con el que fue recibida y el decreto de la ley marcial en noviembre fueron dos advertencias de lo que luego sería su asesinato. La que fuera líder del PPP sabía que podía ser asesinada ya que tenía muchos enemigos tanto dentro como fuera del régimen, aunque bien es cierto que contaba, al menos entonces, con el apoyo de Londres y Washington.

En lo que al futuro se refiere, la situación no es sencilla ya que las sombras son superiores a las luces. La situación del Presidente Musharraf es cada vez más complicada, una vez se ha demostrado que no controla el país, que su reelección ha sido profundamente antidemocrática, que el asesinato de Benazir (la única) Bhutto no está clarificado y que el PPP ha ganado las elecciones del 18 de febrero. Además, por si esto fuera poco, en Estados Unidos hay cada vez más voces que piden una mayor contundencia con Pakistán habida cuenta que no está haciendo todo lo posible para luchar contra el terrorismo. Ese «apoyo incondicional» del que habló Musharraf en los primeros años de la War on Terror se ha convertido en un apoyo con muchas condiciones. «El cambio», como le gusta llamarse al candidato Obama, ha lanzado otras propuestas tales como dejar Iraq y concentrarse en Pakistán como principal foco de lucha contra el terrorismo internacional.

Sin embargo, a pesar de los halagüeños resultados electorales del pasado 18 de febrero y sobretodo de la promesa del PML-N (Pakistan Muslim League-Nawaz Group) y del PPP de gobernar en coalición, la situación en Pakistán no parece que vaya a mejorar. Los atentados terroristas siguen siendo la rutina diaria con la que se despiertan los paquistaníes y los EEUU mantienen una situación ambigua respecto al futuro del presidente Musharraf. Así, todo indica que aunque ahora parecen presionar al ex-general, si la situación lo requiriera no dudarían en apoyarlo de nuevo o en buscar a otro sucesor de su estilo o del de Zia habida cuenta de la ausencia de líderes que sufre Pakistán. Ni Sharif ni el viudo de Bhutto representan una alternativa real para este país y las únicas esperanzas están puestas en Muhammad Chaudhry o en su hijo Bilawal, aunque Pakistán no puede esperar a que esté preparado. Por estos motivos, el futuro de Pakistán es, como siempre, oscuro. A pesar de estos problemas una cosa parece haber quedado clara, al igual que el pueblo gritaba «Zia jahvé» su voz se mantiene viva y ahora grita «Pervez jahvé» o lo que es lo mismo, Musharraf vete ya.

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